Una pulga saltó de la oreja al lomo de mi perro

Radiantes caminan de la mano, como hermanitos que van al colegio, felices dirigen miradas llenas de ardor y seducen a cuanto hombre pasa.
Los atraen, los llaman y poco a poco se los llevan, cual ruin luz esperanzadora en ciénaga, al más profundo vacío. Huyen del rojo, dejándome solo, nuevamente.
Y hace ya más de 2 años que no regresan, y recién hoy reparo en su ausencia, y los extraño,
¿las extraño?
Raudo despliegue de espada, acompañado de estruendoso trueno, rugido de mil Abaddones siendo exterminados descalzos sobre brasas crepitantes, reclamándome para ellos;
un sol, una estufa, un volcán, niebla expandiendo su hediondo tufo de muerte sobre mi rostro, obscureciendo mi bombeo, haciéndolo trizas,

estrujándolo como cabezas de infantes clamando a pleno pulmón por una madre que nunca llegará, que nunca llegó.

Y la ráfaga del vuelo del cuervo… que parece nunca alcanzarme para sumergirme en lo más profundo de este mar negro, sin sal,
lleno de vació, y vacío de mí, carente de este ser que me esfuerzo en tratar como propio, pero me niego a reconocer como tal.
Una mosca hundiendo su fálico en mi cabeza, succionando, succionando, mientras mis hijos malditos, execrables, incrustan relucientes colmillos blanco odio en mis pezones, hasta que derraman negro amor, el cual es rápidamente esparcido en las lenguas de esa puta serpiente que rodea mi cintura y lame mi mierda, la mierda del mundo,

y del paraíso en el que intento creer cada día, con el fin de creer que podré soportar viviendo un día más.

PD: Escribir en madrugadas no siempre resulta inspirador