viernes, abril 09, 2010

Cuando el día muere

Se encontraba tranquila, plácidamente recostada en la cama de plaza y media que usualmente servía más como espacio de lectura improvisado que como sitio para pernoctar. Un par de libros a la izquierda, pegados a la almohada naranja, probablemente Murakami y Vallejo, o quién sabe, uno de ventas, quizás. A la derecha hojas arrugadas del vocabulario de japonés, llenas de anotaciones y algo sucias por el continuo uso; más allá, el short que acaba de quitarse, le gustaba mucho por el hecho de que nunca parecía lucir arrugado. Dos sábanas revueltas colore huevo, un cubrecamas de adorno en pleno verano, ¡pobre!, debía cuestionarse mucho su existencia ni bien los primeros rayos de sol empezaban a colarse por la ventana, eternamente polveada, que graduaba a su gusto la verdadera realidad, la cual por días lucía radiante y con colores hermosos vivificantes y por otros, sólo paisajes sombríos y pasteles, tenues como esos vestidos que solías usar; pero... ¡ni decir paisaje!, si lo único que se vislumbraba, imponente ante tus ojos era el macizo edificio de departamentos detrás de tu jardín. Parecía tan mala contribución al ambiente de tu alcoba... tú sabes, ubicado de tal manera que en invierno te bloquea todo el poco sol que logra asomarse por esa masa gris danzante llamada cielo limeño, pero que en verano no contaba con la altura suficiente como para cubrirte de ese sol que caía casi vertical y se colaba y calentaba invernaderamente tu habitación, siempre de piernas cerradas, lo cual no ayudaba a la ventilación aunque fuera perpendicular, como te comentaba el profe. Y no me importa lo que seas con tal de que seas de Alianza, así te afirmó una vez frente a todos. Debería ahuecar el techo a ver si en verdad todo ese aire recalentado lleno de mí se escapa buscando una menor temperatura y me deja nuevamente vacía, sin posibilidad de decidir y equivocarme y así convertirme en títere de la primera persona que ingresara a mi territorio, porque la señora nunca volvería a barrerte el piso, tu padre no pensaba hacerte tal favor.

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